Corazones urgentes

Es hora punta. El hall de la estación esta abarrotado de cuerpos que buscan desaparecer engullidos por los trenes o escupidos hacia la salida. Los relojes aprietan los cuerpos y les obligan a caminar deprisa. Correr no está bien visto a no ser que solo queden treinta segundos para la partida, para no perder la conexión y llegar tarde al trabajo o para comprobar el botín de una cartera sustraída. Más o menos los vectores de dirección distribuyen ordenadamente a los cuerpos en función de las vías o la susodicha salida. Sin embargo, a un vector de dirección le es indiferente que un cuerpo caiga desplomado al suelo y se le desencajen los ojos. Es un infarto, no hay duda. Los cuerpos que colapsan son en primera instancia responsabilidad de los cuerpos de seguridad de la estación, los cuales, gracias a la campaña del ayuntamiento CORAZONES URGENTES, patrocinada por la Federación Bancaria y la Patronal Eléctrica, están equipados con un desfibrilador que según las últimas estadísticas ha arrebatado de las sombras de la muerte a un total de trescientos ciudadanos en los quinientos días que la campaña lleva en activo. Sin embargo, en primerísima instancia la responsabilidad se la suele arrogar algunos de los cuerpos que compartían vector de dirección del cuerpo colapsado. Se detiene. No es médico y no ha recibido el cursillo de primeros auxilios obligatorio para el carné B1 de conducir, de lo contrario iría al trabajo en coche; así que solo puede escuchar como el infartado balbucea, diría que desilusionado, que unos hijos de puta le han reducido a la insignificancia. Tranquilícese. La ayuda está en camino. Aguante. No hable. Esos hijos de puta me han reducido a la insignificancia. La voz se va apagando y más de uno piensa que como tarden mucho ese tío va morir. Hagan sitio. Los de seguridad saben exactamente donde poner los cables, el resto lo hará la máquina. Sin embargo, nadie puede decir que esperaba el arrebato final del cuerpo colapsado, el cual de un manotazo aparata los cables que prometen salvarle mientras ruega que le dejen morir. Después se calla y los ojos, definitivos, se le voltean. Pero gracias a la campaña del ayuntamiento CORAZONES URGENTES, patrocinada por la Federación Bancaria y la Patronal Eléctrica, nadie se puede negar a ser salvado, de modo que los cuerpos de seguridad están capacitados para ignorar tales peticiones e insistir en colocar los cables. No obstante, la decepción estadística se propaga cuando el altavoz del desfibrilador confirma que no puede arrancar ningún latido más al corazón infartado. Poco a poco los vectores de dirección van disolviendo la interrupción, no sin que antes alguna voz, quizás para escapar de la pregunta y cerrarla provisionalmente, afirme que ahora hay un parado menos.

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