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Me pido el vaquero

julio 20, 2013

No sé si mi quedan cinco minutos, una hora o diez días de vida.

Pensar en lo que ha sido tu vida cuando te quedan cinco minutos. Recuerdo a mamá hablando de los barbudos. Nosotros y los barbudos. Para mamá no había diferencia entre los barbudos de la universidad y los barbudos de los desiertos. Eran barbudos. O nosotros o los barbudos. Cinco minutos para saber que tu vida depende ahora de un barbudo.

 

Todo parece indicar que la vida se alarga una hora. Me han dado agua. Papá siempre hablaba de los negocios. Gracias a los negocios había comida en la nevera, regalos de navidad y días de playa. Los barbudos eran enemigos de los negocios. Me han permitido tumbarme. Ellos hablan entre sí en el idioma de los barbudos. Parecen gritos. Papá decía que haya donde hay barbudos es necesaria una guerra. No importa lo lejos que estén, pues son contrarios a los negocios, la sal de la vida. Gracias a los negocios tenemos dos coches, una televisión de plasma, la videoconsola, en donde he matado a muchos barbudos. Papa dice que la guerra siempre es un buen negocio.

Una hora para recordar los juegos. A indios y vaqueros. Siempre me pido el vaquero. Nunca me han gustado las flechas. Al policía y al ladrón. Un, dos, tres, cuatro, los marines americanos. Un grupo de valientes rodeado por una horda de barbudos con sobredosis de munición, no ellos, sino nosotros, de lo contrario el juego no tendría gracia y sería la realidad en la que ahora me encuentro. Tengo el brazo roto. Estoy mellado. Hay un tajo en el muslo que sutura sin ayuda de costura. El oído sangra.

 

Diez días de hambre y sed. El corte del muslo se ha gangrenado. Tengo fiebre. A veces río de la advertencia de padre. Padre creía que no yo no debía ir a la guerra. Nosotros no somos pobres. Nosotros somos la parte de los negocios. Pero hay muchas guerras en marcha, muchos negocios y los pobres se han acabado. Padre lo sabe, pero dice que yo no debo ir. Madre me mira dolida pero yo sé que comprende. O los barbudos o nosotros. Parecen lejos pero están cerca. Y cualquier día allanan la casa y violan a madre.

Diez días para recordar que el mejor ejército del mundo necesitaba hombres. Ofrecemos sobredosis de munición, sobredosis de tecnología. No tengas miedo padre. Volveré vivo. Condecorado. Con record de puntos. Dispuesto a emprender nuevos negocios. Endurecido para las decisiones. Madre me pide con los ojos llorosos que patee a esos barbudos en donde más les duele. Voy a aprender a disparar. En los videojuegos era uno de los mejores mata-barbudos. Record de puntos entre mis amigos. Record de puntos semanal tres semanas consecutivas en las estadísticas de la red.

Cuando llegas a un pueblo y no hay nadie en las calles sabes que hay al menos un grupo de barbudos escondido. Así es en los juegos. Lo importante para conseguir el record de puntos es sobrevivir al primer disparo. Después todo es coser y cantar, pues en el modo fácil, que es donde me gusta jugar, los barbudos no toman muchas precauciones. Diez días para recordar a Jenny. Sus cartas. Su inocencia. No la toques. Su sonrisa cuando le llevo flores. Solo un beso. Tomaré a Jenny después del matrimonio. Ella no debe saber, no debe gozar hasta entonces. Jenny es una flor que florece porque florece.

Cartas a Jenny desde el campamento. Tengo buenos compañeros, mi querida Jenny. Confío en ellos como en mí mismo, amada mía. Sé que van a arriesgar sus vidas por salvar la mía si llega el momento, diamante eterno. Cuando voy a la cama, después de un día agotador de marchas, pienso en ti y les hablo a mis compañeros de ti, de lo hermosa que eres, de lo delicada, como una muñeca de porcelana que solo está hecha para ser amada y criar hijos, nuestros hijos, mi querida Jenny. Diez días para saber que no tendré hijos con Jenny.

Cartas a padre y madre. El frente está tranquilo. Solo vigilamos. Ninguna baja. Es una guerra fácil, hecha para los hijos de los que tienen negocios. Aun quedan  pobres para enviar a los pueblos más lejanos, en donde hay ositos de peluche que explotan, cortos e indeterminados ataques de mortero, barbudos que ayudan mezclados con barbudos que vigilan o se revientan pegados a una patrulla. Hay cosas que Jenny no puede saber, amada mía. Hay cosas que madre no me perdonaría. Padre podría comprender, pero prefiero no decir nada. Diez días para recordar las noches en las que nuestro general nos permitía decidir sobre la suerte de un barbudo. Era el nuevo juego. Un acto de libertad. El sandbox de la vida real. Puedes violar, pegar, rajar, ahogar, electrocutar o utilizar animales. Diez días para recordar que el frente estaba tranquilo y lleno de poder.

Voy a morir. Si no me matan ellos será está gangrena que me afiebra. En las próximas horas. Si Jenny quisiera podría freír un huevo en mi cabeza. Sería divertido. Serían días rosas. No quiero que veas mi cadáver, amada mía. Tu mirada debe seguir limpia, luz mía. Diez días para saber que quizás no encuentren mi cadáver y padre y madre tengan que enterrar a un fantasma. Desaparecido en combate. Adiós aire mío. Puede que a padre le consuele el hecho de haberme advertido. Adiós papi. Pero de madre, no sé. Le dolerá tanto que aumentará su odio por los barbudos. Adiós mami. El brazo roto me dice que no me salvarán en el último momento, justo cuando van a apretar el gatillo, un segundo antes de que explote la bomba. Los dientes que me faltan son mis compañeros muertos. La muerte es un hueco en la encía. La muerte es el cuchillo oxidado y dentellado que empuñan los barbudos. Diez días para descubrir que van a grabar un video. Shocking News. Soy el cerdo que chilla cuando comprende que no hay partida guardada.