“Eres tan puro en el bien como yo lo soy en el mal”
Calígula. Albert Camus
La garita es precaria. Solo cuenta con una botella de agua y el tiempo de una larga noche. Se dice que tranquilo, que estamos en paz. Tan solo tiene que recordar el santo y seña. ALBA Y OCASO. Si alguien no lo dice bien debe repetirse. El protocolo ordena que sin alerta debe disparar al cuarto intento fallido. Con alerta no hay segundas oportunidades. Se acerca un coche. ALBA Y OCASO, ACCESO PERMITIDO. Saluda con rectitud. Pese a la paz cada candidato a entrar supone un momento de tensión. Nunca se sabe. En las dos primeras semanas de entrenamiento continuamente habían recalcado que la vida del soldado estaba marcada por la incertidumbre y que por ello detrás de cada acontecimiento, y como primera valoración, debía sospechar una guerra. Se acerca una furgoneta negra. ALBA Y OCASO. De ella desciende un superior y le escruta, después le ordena que suba a la parte trasera, esgrimiendo una circular del general en la que le autoriza a abandonar su puesto de guardia. Se sienta enfrente de dos compañeros que custodian un cuerpo encapuchado y maniatado. No se atreve a preguntar qué ocurre. El ruido del motor, con sus acelerones y frenadas, concentra la atención de todos. Finalmente se detiene. El superior abre la puerta y ordena que bajen. El reo es empujado hacia fuera y cae. Después lo ayudan a levantarse. Caminan unos veinte metros, hasta llegar a una fosa iluminada por la luna. El superior pregunta al reo por su último deseo y éste responde que quiere ver las caras de sus asesinos. Le quitan la capucha. El rostro amoratado del reo no implica súplica alguna. Más bien parece una aceptación desafiante del destino. No obstante, hay en sus ojos una inquebrantable voluntad de seguir viviendo. El reo intenta capturar las huidizas miradas sin éxito. El superior carga una pistola, se la entrega y pronuncia un cortante pero explícito “proceda”. La mano tiembla al cogerla. No se atreve a disparar, y para ganar tiempo finge que examina la pistola. El superior comprende la demora y afirma que se trata de algo necesario. La patria está en peligro. La paz es aparente. La seguridad de la patria se decide en las noches subterráneas. Ahora el “proceda” suena más perentorio. Posa la boca de la pistola en la nuca del reo. El índice acaricia el gatillo. Piensa que es más sencillo de lo que parece. Tan solo tiene que apretar. Un solo movimiento mecánico, físico, seco, amoral y amparado por la voz de la autoridad. El reo respira ahora con mayor ansiedad. El superior recuerda que el soldado no tiene ningún derecho a poner en duda la voz de mando. El soldado actúa, acata, dispone. La seguridad de la patria no admite sensiblerías. El “proceda” suena ahora como una amenaza. Piensa que no le queda otra. O tú o él. Una lágrima desciende por su mejilla. Se dispara.