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El rey de la fiesta

junio 27, 2011

La noche viene espesa por el calor, la humedad, el sudor, los cuerpos, el alcohol y la cocaína. Las palabras flotan entre los grupos, los ritmos, los vasos, las carcajadas y los insultos. Hay sirenas que provocan miradas morbosas, deseos de que no le ocurra a uno, suspiros de pena y sonetos cínicos que buscan defenderse del íntimo pavor. Hay sirenas que acuden a un grito, a un exceso, a una navaja lanzada, a una botella partida o a unas cejas rotas. Sería mentir si no se dijera que también corren los besos, los pechos descubiertos, las declaraciones y los abrazos a la vera de la playa, llena de sombrillas cerradas, toallas y bragas bajadas. El neón es la estrella que guía a la conciencia y la atrapa en su parpadeo fosforescente, rosa y rojo para el sexo, champagne para el jazz, pistacho para una pausa vegetariana. A veces el rasgado de una guitarra española se cuela por el murmullo como un rayo que marca el tiempo más allá de los minutos, y que acaba confundiéndose con los pitidos de los coches, las ventanillas bajadas y los tambores que suenan por los bafles.

Lejos aún el amanecer, todo fluye en un torrente que va del estómago a la boca y de la boca a una esquina. Kebab, cerveza, chupito de vodka, tequila, rayita, una, dos, tres, cerveza, chupito de whisky, uno, dos, tres. Media noche resumida en un jadeo, tirado en la esquina y al final sonriendo porque aun queda más para tomar y no hay que compartir con los amigos.

Sin ser consciente de los tambaleos y el hedor, se abre paso con sorprendente facilidad, pues los transeúntes se apartan antes de que se les acerque. Los menos afortunados terminan rozándole, y con ello quizás recibiendo una pequeña mancha de salsa picante que ha preferido quedarse en la camisa, húmeda de sudor y saliva. Solo una vez choca con otro, ciego de sangría y coca muy cortada, el cual cae al suelo mientras él sigue su camino, subiendo de nuevo, dejándose engatusar por los cárdenos neones, que prometen bebidas exóticas y mujeres que lo ponen fácil y gratis.

Atraído por la fotografía de Helga, la alemana, dos metros de sexo rubio y ojos azules, se enfrenta a tres porteros que le informan que el club es solo para socios, así que aire. Protesta débilmente y se aleja, sin comprender por qué se le impide la entrada al rey de la fiesta. Después se cuela en un callejón, se sitúa tras un contenedor de basura y expande una fila de polvo blanco que le reafirma en la euforia. Dado que Helga no puede ser lo intenta con Cristina Latina, húmeda, tropical y cuyo hábitat natural es la barra del escenario.

Al entrar, las cambiantes luces ofrecen un escenario vacío y salsa dulzona que alimenta los oídos de un mostrador en el que algunos juegan con vasos de tubo. Encuentra un taburete vacío y se sienta, sin percibir que la camarera, con trazos de maquillaje que pretenden rejuvenecer una mirada asqueada, pone rostro amargo cuando se acerca para escuchar que quiere y lo huele. Whisky doble con hielo, en copa de boca ancha, una cerveza bien fría y la ubicación de los baños. Siempre al fondo a la derecha.

Con el rostro mojado, sensitivamente fresco y la boca floja da un sorbo a su copa y mira alrededor. Pregunta a la camarera donde esta Cristina, varias veces, pero la camarera no entiende o no quiere entender y le ignora definitivamente cuando avizora una mano que sostiene un billete. Un tanto confuso se dirige al hombre que hay a su izquierda, que parece que solo moja el bigote en su jarra de medio litro de cerveza. Con una sonrisa molesta, el hombre le responde con dureza que ya es mayor para diferenciar entre reclamo y realidad, la cual si desea conocer más a fondo, tan solo tiene que efectuar otra pregunta. Dado que el espíritu de gallito azuzado por el whisky y la cocaína aún no ha alcanzado su cénit mira a la derecha y cuando se asegura que el otro ya no le mira, suelta una risita que afirma ganar peleas con tan solo una mano, como aquella vez contra aquel tío de dos metros al que partió la nariz con un derechazo inesperado, eso sí, aderezado con el puño americano que siempre lleva consigo, aunque no lo enseña, pues es la carta que siempre guarda hasta el final.

Sin darse cuenta se ha puesto a hablar directamente con el de la derecha, que hasta el momento chupaba whisky con cola en una pajita rosa y el cual, imbuido por el recuerdo de viejas peleas, afirma que su carta no se anda con chiquitas, pues tiene la figura de mariposa cortante y el don del olvido, pues hay días que despierta con ella en la mano sin saber cómo se ha manchado de rojo, siendo su último recuerdo el rostro de alguien con el que entabla conversación. Para descargar  un poco el ambiente y en un intento por hacer un amigo con navaja, se identifica como de esos que toman, que si quiere le invita a una, snif, snif.

Agarrado el quite, el otro afirma que una de las razones por las que guarda también la carta es para protegerse de aquellos que quieren comprar algo, ya que algunos se atreven a pedirle con la sola posesión de una necesidad que no imaginaron cuando tomaron la primera raya y dijeron esto está de puta madre. Él replica que es de los que siempre pagan y que si la que tiene está buena él es perro fiel y siempre le buscará cuando quiera comprar. Dado el precio oficial del mercado se hace con un gramo y se va corriendo al baño, presumiéndose de su habilidad para hacer amigos interesantes, de esos que venden droga por la noche, que han estado en la guerra de los Balcanes, que son de la mafia o saben cómo contactar con ellos, como si fueran extraterrestres con la llave para conseguir una vida plena.

Sin darse cuenta se ha puesto a hablar con alguien que meaba y que ahora se sacude la polla antes de meterla en los pantalones y el cual, avivados los ojos por el recuerdo de los amigos que se han ido, confiesa que hay una diferencia abisal entre los que conocen a gente de la mafia y los que no, y que la manera de saber quién está entre los primeros y quién entre los segundos reside en que los primeros nunca presumen de conocer y si alguna vez lo hacen poco tiempo tardan en tropezar con un coche.

Más interesado en probar la mierda que le han vendido que mencionar su poder de realizar una llamada al señor Pestolazzi para acojonar a ese malparido, se mete en el excusado, cierra la tapa, mete del tirón medio gramo y aspira como si se acabara la vida. Pero la cosa no viene de Suramérica, sino de una tienda de chucherías que quema la fosa nasal con fuerza de cal viva y que por efecto de la respiración empieza a formar burbujas. Corre directo al grifo y esnifa agua, que lo desemboza todo hacia la garganta, dejando un regusto bilioso a frutos del bosque.

Al salir, arrebatado por la furia, con un moco que desciende como una cascada hacia su barbilla, busca con la mirada al camello, el cual, charla animosamente con los otros dos como amigos de toda la vida, de esos que han compartido momentos de penuria y de alegrías, la banda, los tres mosqueteros a los que no les hace les falta un d´Artagnan. Toda la furia se resuelve en compasión cuando piensa que esos tres chicos han crecido en barrios duros, donde ser más rápido que el otro era una premisa, donde ganaba el que más miedo daba, siendo éste el que más demostraciones de brutalidad hacía.

Se acerca a ellos con buenas intenciones y tan solo pide que le devuelvan el dinero si no quieren una azotaina. Los tres, espoleados por formar grupo, se sonríen y se miran como en el juego del ratón y el gato. El que le ha vendido la cosa, como principal interpelado, enfebrecido por el recuerdo de antiguas azotainas, afirma que lo que le ha vendido es de primera calidad, digna de cantantes de rock, corredores de bolsa, modelos de primera línea, disk-jockeys multitudinarios, reyes de la fiesta; así que, dado que cuenta con el apoyo de sus amigos, su verdad queda reforzada, por lo que encuentra perfecto el momento de  lucir mariposa y dejarse llevar por el olvido.

La materialización

diciembre 30, 2009

“El Ser perfecto, en virtud de su perfección misma, debe crear el mejor de los mundos posibles”

Leibniz

El anuncio resalta a varias jovencitas en bañador rojo dando saltos en una playa tropical. FRESH. Refresco de naranja que ahora paladea, sentado en una terraza de verano, observando el deambular de los bañistas en una playa superpoblada, con sombrillas y toallas, bañadores, bikinis, pareos, músculos y grasas, sin lugares de sombras y enfocada por un Sol rabioso que promete carnes rojas y quemadas. Tiene que soportar las miradas de espera de una familia de cuatro miembros más perro inquieto, ya que tienen asignada esa misma mesa. Pero él se toma su tiempo para acabar el refresco, admirado por el bullicio mezclado con brisa y un horizonte de petroleros lejanos, que van dejando manchas dispersas sobre las olas, como en una invasión silenciosa. El anuncio resalta un culito estrecho y juvenil tapado por un mínimo short rosa que sugiere, junto al principio explicito de las nalgas, una carne turgente que se puede cubrir con las manos. BABYLON. La pista de baile está poblada de hombres con miradas de ansiosa búsqueda, que bailan al son de un ritmo repetitivo y unas luces multicolores y frenéticas. Las pocas chicas que hay son camareras con mirada cansada y ocasionales grupitos de amigas que no tardan en marcharse al sentir sus cuerpos acosados, lo cual hace que las manos estén ocupadas en sostener el vaso de whisky con hielo y cada poco tiempo trasladarlo a la boca para dedicarse un trago, mientras escucha presumir a un cuerpo hinchado de anabolizantes como se lo hizo una vez con tres tías. El anuncio resalta a un grupo de amigos con los brazos extendidos como síntoma de fiesta y jolgorio en una noche iluminada por neones. LIVE IT. El whisky desemboca en el interior de la taza del váter entre hedores y un mareo insostenible, que le ha obligado a arrodillarse, a abrazar la parte superior de la taza para acabar apoyando la cabeza sobre ella. La cerámica blanca y barata de la pared da vueltas a una velocidad infernal, lo cual provoca accesos de risa que luchan contra una creciente somnolencia y diseminan pequeñas gotitas de bilis. Se dice a sí mismo con alcohólica convicción que es el mejor, que nunca más se va a dejar pisar, que le importa un carajo lo que piensen los demás, que mañana las cosas cambiarán.