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Crónica del hombre un millón

abril 21, 2013

Esta triste. Una vez más la muerte se ha llevado un alma inocente. Lo han dicho en la tele. Lo han dicho en la radio. Lo ha leído en internet. Una vez más la muerte se ceba con alguien que aún no ha empezado a comprender lo que es la vida, sin tiempo a descubrir todos los juegos, todas las risas. Lo han dicho los violines.

Tres días de búsqueda. Tres días elevados al estado de nervio, de incertidumbre, de última hora.

La desaparición se denuncia a las cuatro de la tarde del día veintitrés. La madre, después de despertar de la siesta, se acercó a la camita para comprobar si la pequeña aún dormía. Después el shock, la preocupación y la esperanza amargada por la posibilidad de la tragedia.

Tres días en los que esperaron la llamada del secuestrador, el rescate, el precio de la pequeña teniendo en cuenta que el matrimonio se dedica a la venta de joyas. Negocio heredado. Negocio que funciona. Negocio goloso.

Pero la llamada no llegó y ha aparecido el cadáver. Noticia trágica, tremenda. La madre destrozada. La familia destrozada. La sociedad destrozada. Secreto de sumario. Se sospecha de los vecinos. El Sheriff espera la autopsia. Hay manifestaciones convocadas contra el culpable.

 

Está en estado de duda. Ha leído en internet que no hay niña muerta y la madre es una actriz. Ha leído que el Sheriff ha actuado en series de vampiros y ha sido secundario en una película de guerra. Se añade incluso que el pueblo de la tragedia no existe y es un corta pega tras una pantalla verde. No obstante, la página web que da la información contiene noticias como la de un plan secreto marciano para invadir la tierra o como la verdadera historia del chupacabras.

La duda no lo es tanto si atiende a las páginas y los canales serios, en donde unidades móviles permanecen apostadas en la casa de la tragedia buscando captar la imagen del dolor o las más impactantes declaraciones de una vida destrozada. Allí todo aun es última hora, acontecimiento por venir, el funeral, el pueblo unido, la rabia, la búsqueda del culpable, pues la investigación continúa y el Sheriff, como miembro de la comunidad, además de asistir al entierro interroga. En una página seria se apunta al tío de la víctima, hermano del padre, como la clave del caso. Solo dicen eso, “la clave del caso”. Hay que esperar, eso es todo. Lo importante es que encuentren al asesino, al maligno, al chupacabras real que tiene cara de tete, de tata.

Quien albergaba dudas acerca de la inocencia de la madre no puede dejar de sentirse culpable después de que ésta tuviera unas palabras con la prensa, a rostro descubierto, a lágrima partía. La han matado en vida. Eso es todo, pues se desmaya y el marido no puede recogerla porque está adentro, tirado en el sofá, en estado catatónico. Es tal la tensión que se opta por la publicidad y aparece una furgoneta, perfecta para el traslado de frutas, de herramientas, de cadáveres. No tarda en aparecer el que ha sido llamado como la clave del caso para asegurar que la madre se encuentra bien, un desmayo lógico dadas las circunstancias. Por lo demás, todo mal, tan mal que se desea la muerte de otra persona. El hermano del padre da media vuelta cuando alguien le pregunta donde se encontraba en el tiempo en que se supone que la niña desapareció. La pregunta no es del Sheriff, el cual le coge del hombro y lo salva de los periodistas. ¿Qué puede tener de mentira tanto dolor?

 

Todo es expectación. Ha leído que hay un detenido y en el televisor todas las cadenas se han apostado en la comisaria.

Por el momento nadie se atreve a dar un nombre y las agencias han enviado también unidades a la casa de los padres.

Las cadenas más atrevidas también se han apostado en casa del hermano del padre para averiguar si es él el que está siendo sometido a interrogación.

El Sheriff ha aparecido y ha entrado en la comisaria manteniendo en todo momento la boca cerrada.

De pronto salta la noticia de que el la clave del caso ha llegado a su casa. No solo él. Ha llegado acompañado de la madre, la cual, lejos del luto vestía una falda corta y roja, sin medias, y una blusa escotada, también roja.

Sorpresa general. En una tertulia televisiva afirman sin rubor que la madre ha perdido la cabeza. Muchos se preguntan por el padre. ¿Qué estará haciendo?

La verdadera conmoción salta cuando es el padre el que sale de la comisaría y dice con voz alta, enloquecida, que todo es una farsa y que la niña muerta es una muñeca de plástico.

Todos los tertulianos, un poco más excitados de lo habitual, coinciden en que el padre ha perdido también el sentido de la realidad, lo cual es en muchos casos la explicación del crimen.

 

Cuando es la madre, después de ser cazada saliendo de un sex shop acompañada de un musculoso galán, la que dice que todo es una farsa y que ni ella ni el padre se han vuelto locos sino que fueron contratados después de superar un casting en el que se les pedía gestos y expresiones de dolor; hay que empezar a pensar un poquito. Ahora ve imágenes de la comisaría e intenta percibir todo aquello como un decorado. Por el momento ya son unas cuantas páginas de internet que se adhieren a la teoría de lo falso, mientras que los medios más serios siguen defendiendo la tesis de la locura. La negación del dolor es el camino más corto para superar una situación traumática, y esta negación a veces favorece cambios radicales de personalidad en los cuales amas de casa se creen actrices de fama mundial. La perdida de una hija pequeña es tan traumática que hace perfectamente explicable tanto la actitud de la madre como la actitud del padre, el cual ha vuelto a aparecer, acompañado de su abogado y de su psiquiatra, más sereno, reafirmándose en la teoría de lo falso y poniendo un video en el que un actor que se parece al Sheriff, aunque con unos años menos, enseña unos dientes blanquísimos mientras muerde el cuello de una doncella de la edad media.

Ahora la duda ya no se basa en webs que afirman contubernios marcianos. El hermano del padre se ha presentado en los juzgados para poner una denuncia. Después hace unas declaraciones en las que asegura haber participado en el casting  y firmado un contrato para adaptar un guión en el que al final el asesino iba a ser él, después de que se descubrieran sus tendencias pederastas, reprimida durante años y que al final explotaron con la pequeña de su hermano. En la página 33 el Sheriff declara que hay un detenido y que cuentan con pruebas de ADN extraídas del semen y de restos de baba en el cuerpo de la víctima. En la página 34 las cámaras graban al hermano del padre entrando en la comisaria, esposado. En la página 35 aparecen informaciones que vinculan al hermano con una serie de acosos a niñas en la ciudad vecina, a pesar de que al final todo quedó sin aclarar.

Pese a aquellas declaraciones el Sheriff aparece y lo detiene. Los tertulianos se apresuran a decir que todo eso no es sino estrategia para eludir la condena, aprovechando que los padres han perdido el sentido. Pronto se sabe que el tribunal ha desestimado la denuncia del hermano. Unidades móviles se han acercado a la ciudad vecina a peinar la zona en busca de alguien que reconozca al hermano como al hombre que rondó a las niñas hace un par de años. Algunos directamente se acercan a la escuela y preguntan directamente a las niñas. Muchos reconocen que se dejó ver por el pueblo. Unos minutos después el Sheriff declara que ha presentado una acusación formal basándose en irrefutables huellas genéticas encontradas en el cuerpo de la pequeña, eso es todo, gracias. Antes de que nadie pueda preguntar el Sheriff entra en la comisaria. Todo parece que va en serio. ¿Por qué bromear con la muerte de una niña?

 

Todas las alarmas saltan cuando el Sheriff es grabado con dos jovencitas a la salida de una discoteca. Con evidentes síntomas de ebriedad y una locuacidad cocaínica, dice que su trabajo es seguir un guión preestablecido.

Estamos en la página cuarenta, justo después de la acusación formal.

Cuando el Sheriff vuelve a ponerse la placa parece otro. Es un retorno a la seriedad, al peso de la ley, a la rectitud. Pide disculpas por su comportamiento, aunque establece una diferencia entre su trabajo y su vida privada.

No obstante, las disculpas se desmoronan cuando es pillado saliendo de una partida de póker, con el rostro desencajado y los bolsillos vacíos. En su desesperación se ofrece abiertamente a desvelar la realidad del caso. Queda abierta la subasta.

Cuando vuelve a ponerse la placa dice que todo se debió a las circunstancias y que la única realidad del caso es que hay una niña muerta y un acusado. Las disculpas nadie se la cree, aunque vuelve a pedirlas, pero está vez incidiendo en que no ha hecho nada ilegal.

Algunos tertulianos apuntan a que el Sheriff, debido al stress, es el típico policía alcohólico y solitario, amargado y que apunta al exceso como modo de desahogar la visión del horror cotidiano; lo que no obsta, para que en el desempeño de su profesión sea todo perfecto.

Con la ley no se juega.

 

La duda es firme. Abajo en el bar son muchos los que creen que todo es mentira. La madre ha aparecido en un video porno y después ha dado una entrevista en la que se muestra orgullosa de su papel. Para muchos la niña muerta ya no se sostiene. El padre, más consecuente, ha optado por la reunión de firmas para que el gobierno realice una investigación a fondo. Muchos se preguntan por el sentido de la mentira. Casi todos se muestran impotentes, aunque creen tener la respuesta en la punta de la lengua. Mientras tanto, el hermano del padre sigue encerrado, aferrado a la teoría de la mentira como modo de eludir la culpa. No obstante, todo parece volver a su sitio cuando aparece el Sheriff diurno jurando con la mano en la biblia que las pruebas son irrefutables, permitiéndose recomendar al fiscal que pida la pena de muerte dada la brutalidad del acusado.

Harto de las especulaciones ya elevadas al máximo cuando en una Web afirman que el Sheriff ha vendido ya la exclusiva sobre la verdad del caso así como los derechos editoriales de un libro sobre el proceso de investigación, noticia confirmada en una de sus borracheras nocturnas en la que afirmó de manera contundente que no era el hermano del padre el que iba a morir en la cámara de gas, sino un actor que interpretaba el papel del hermano del padre y que en los inicios del caso creyó que aquello podía ser un empujón para su carrera. Harto, decíamos, decide que debe buscar la verdad por su propia cuenta; buscar la verdad a través de la constatación empírica y no a través de la opinión leída o noticiada y para ello cree que debe ir al cementerio donde está enterrada la niña y comprobar que hay dentro de la caja. No hay otra. Cuando hay opinión dividida, cuando hay pruebas por ambas partes, lo mejor es buscar la realidad del cadáver, su extrema objetividad.

Como es algo claro que no puede profanar una tumba a la luz del día, viaja de noche. En la radio se acaba de saber que el Sheriff ha sido llamado como testigo en el tercer día del juicio y en donde con gran precisión reconstruye los momentos del asesinato. Hay momentos en los que se siente un tanto ridículo y piensa en dar la vuelta. Pero intuye que pronto habrá una aparición nocturna del Sheriff, tal vez amarrado a una botella de vodka y una adolescente húngara. Es entonces cuando decide apagar la radio y escuchar solo el ruido del motor. Es noche abierta y clara. Aparca el coche. Los grillos cantan. Salta la tapia, ayudado por la escalera olvidada, quizá de un pintor. Las calles están formadas por bloques de nichos. En ningún momento siente miedo. Su abuelo decía que solo hay que tener miedo de los vivos. Está concentrado en identificar el nicho de la niña. Recorre las calles. Observa los nichos con las flores más frescas. Pero sabe que lo ha encontrado cuando da con un nicho con sobreabundancia de flores y coronas. La despedida de la niña fue multitudinaria. La foto del nicho es la misma que fue reproducida en todos los medios cuando la niña estaba aún desparecida. Ha sido precavido y se ha traído consigo un martillo y un pico. Manos a la obra. Afortunadamente no es un nicho muy alto, por lo que no necesita una escalera que no tiene. En poco tiempo acaba con la lápida y el tabique. Se asoma. No huele bien y piensa que es el natural hedor de la muerte. Después tira de la caja, la cual se estrella en el suelo, quedando la tapa floja. Se arrodilla. La tapa ha quedado atrancada por lo que tiene que utilizar el pico y el martillo otra vez. En ningún momento teme hacer demasiado ruido. La tapa cede. De pronto se encienden unos poderosos focos y empieza a caer confeti. Suena una marcha triunfal mientras desde unos altavoces se le pide tranquilidad y que empiece a asumir que ha sido elegido EL HOMBRE UN MILLÓN. Enhorabuena!!!