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A toda costa

octubre 3, 2020

Cuatrocientos pavos. Cuatrocientos pavos que solo sirven para alimentar a cuatro bocas en crecimiento, cada vez más grandes, cada vez más calóricas, que mantienen el recuerdo de la carne, el chocolate y las golosinas. Fueron buenos tiempos. Tiempos de más de cuatrocientos pavos sin riesgo de enfermedad. Los deditos señalaban al escaparate y una nube de caramelo se materializaba en las manitas. Era la vida más allá de los cuatrocientos pavos.

Cuatrocientos pavos que van a enfermarle. Es lo que hay. No se puede dejar de respirar, no se puede dejar de comer, no se puede dejar de alimentar a las boquitas. Hay que ir, a toda costa, contra viento y marea. Atravesar las calles, esquivar humanos, autos y motocicletas. Esquivar por cuatrocientos pavos. ¿Esquivar hasta cuándo? Todo tiene un plazo. Esquivar hasta que la mosca entre por la boca porque no siempre está cerrada. El mundo ladra por cuatrocientos pavos.

Hoy se han quedado sin los cuatrocientos pavos unas cuarenta boquitas. Datos actualizados. Mira a su izquierda, nadie. Mira a su derecha, nadie. En su frente espaldas de cuatrocientos pavos. ¿Cuál de ellas no estará mañana? El cántaro se acaba rompiendo porque va muchas veces a la fuente. No es una cuestión de suerte. No es cuestión de seguir las normas, de seguir los protocolos, de mantener la boca limpia. Ha ido a la fuente demasiadas veces. Cántaro viejo.

La luz al final del túnel no es la esperanza, es la muerte. Es dejar sin cuatrocientos pavos a las cuatro boquitas. Sin pan y cebolla. Sin el recuerdo de las golosinas. El mundo se desmorona a plazos de cuatrocientos pavos. Cada día una espalda menos. Cada día uno más que ve la luz al final del túnel. Gotita a gotita la fuente se seca. Gotita a gotita la tierra se raja y engulle sin sentimiento la esperanza de los cuatrocientos pavos. Cuatrocientos pavos. Finitud del hambre.