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Pandora

noviembre 5, 2019

Hay momentos en los que el tic tac del reloj se escucha más fuerte. Son los momentos en los que espera el clic que desata el resorte para empezar a teclear. Hay más tiempo de espera que tiempo de acción. La espera se configura pegando los ojos a la pantalla, con el historial de los últimos edictos que ha tenido que teclear. Edicto para la muerte de Genaro Lautaro. Edicto para la absolución de Josefina Lago. Edicto para las galeras de Constantino Gutiérrez. Hay días sin edictos en los que el tic tac se escucha más fuerte.

 

Cuando sale la prioridad es deshacerse del tic tac de los días sin edictos. Mientras esquiva humanos de camino a casa, el tic tac parece disolverse cada vez que chocan los hombros y se cruzan las miradas. Prefiere no desafiar. Prefiere seguir moviendo los pies hasta la boca del metro, donde el tic tac se agudiza porque faltan siete minutos para que llegue su línea. Afortunadamente un grupo de jóvenes intenta robar a una abuela; pero los cuerpos de seguridad ya estaban advertidos y hay pelea, lo que hace que casi sin darse cuenta aparezca su línea.

 

En casa no hay tic tac porque hay televisor. Habría que decir que el tic tac del televisor es el de los concursos, donde el tiempo se suspende y se espera con tensión adrenalítica si el personaje deviene en ganador o perdedor. No es un tic tac, es un chute de tensión que le ayuda a deglutir el chuletón recién sacado del microondas. Publicidad y cambio de canal. Después todo se viene abajo en el sofá cuando el parpadeo de la pantalla contagia al parpadeo del espectador. Fundido en negro y pesadillas placenteras.

 

Despertar para entrar en el tic tac de las prisas. Café, ducha, café, vestirse, cerrar la puerta, comprar una rosquilla en el quiosco y correr para no perder la línea de las siete cuarenta y cinco. Mete la tarjeta en el sensor que le da acceso al cuarto donde le aguarda la pantalla y la desoladora sensación de que va a ser una jornada sin edictos. Por ello se alegra cuando comprueba que hay agitación en la pantalla. Teclea feliz. Edicto para la ejecución del Presidente. Edicto para el nombramiento del nuevo Presidente. Edicto para autorizar el uso de la bomba. Edicto del fin del mundo. Frunce el ceño y decide asomarse a la ventana. Fundido en verde turquesa.

Comprar…

diciembre 21, 2010

… comida

Dibuja la pantalla un gran chuletón crudo, de superficie brillante y que sugiere un punto de jugosidad irrechazable para todo aquel amante de la carne que por alguna razón no puede permitirse los altos precios de la ternera. Gracias a supermercados A-HUT esto ya no es una posibilidad inaccesible, pues por tan solo dos con cincuenta y cinco el placer ya está al alcance de todos. Movido por la imaginación de una potente salsa de roquefort y el complemento de un tomate verde cortado en concasse con una pizca de sal, se viste con la sensación de fortuna al contar con una sede del supermercado a tan solo tres kilómetros de distancia. Puede coronar el festín con una botella de vino tinto, quizás un crianza de no más de tres con sesenta y siete.

El snack HOBBY-BOY es el preferido del setenta y ocho por ciento de la ciudadanía, por lo que la compañía productora ha decidido instaurar el DÍA HOBBY-BOY en todas las sucursales de supermercados A-HUT, en el cual los clientes pueden disfrutar totalmente gratis de una variada degustación de todos los modelos de HOBBY-BOY, además de participar en el sorteo de un increíble HERO por la compra de un pack de cuatro unidades y valorado en más de dos mil quinientos veintinueve con noventa y nueve. Degusta el modelo ALL I OLI, asiente y se adentra en busca del chuletón.

Dado que en el camino se encuentra primero con la sección de vinos decide detenerse. Supermercados A-HUT ofrece una amplia gama de vinos en dos largas estanterías. Ha tenido un momento de duda cuando ha especulado que quizás un vino rosado también podía ser de su agrado. Pero tras observar una botella de SAN OSTEOSIANO por dos con sesenta y cuatro y una de TORRENOSTRA a cero con noventa y cuatro, vuelve a su intención inicial. Supermercados A-HUT presume de ser el supermercado que mejor relación calidad precio posee en su oferta de vinos tintos de crianza. Ningún paladar queda decepcionado y siempre encuentra lo que busca y desea. Duda entre una botella de IZNATAGA, de la que guarda un grato recuerdo aunque a cinco con cuarenta y cuatro; o atreverse con el desconocido ZUMILLÁN, pero que con el sello FREDERIK y un precio de uno con treinta y siete promete que su elección nunca será equivocada. Finalmente se queda con las dos, a sabiendas de que ha disparado el presupuesto, pero con la conciencia satisfecha de que ha realizado una apuesta segura.

Pasa sin reparar por la sección de repostería y por la de congelados, aunque se detiene frente a las salsas precocinadas. Supermercados A-HUT se precia de tener en consideración todo el abanico de gustos, por lo que en sus estanterías podrás encontrar desde las tradicionales salsas con cremas que van de la pimienta al roquefort, hasta las más atrevidas hechas de coco y cacao o agridulces hechas con leche condensada. Puede leer en una caja que el HOT-PLUS es para lenguas duras que guardan viejas cicatrices de quemaduras y ebulliciones. No ha abandonado su intención inicial y escoge una ya testada caja de MAGFESA por cuatro con cincuenta y tres. Lleva un poco de prisa, empujado por un estómago que solo ha probado un café con leche a las siete de la mañana.

En la sección de carnes los amarillentos y rosáceos paneles con la oferta del chuletón se suceden. Pasea por los frigoríficos. Observa las bandejas, observa los cortes, el dibujo de los huesos, los precios. Supermercados A-HUT cuenta con la mejor oferta de carnes garantizadas, con una red de proveedores propios que cumplen con las máximas exigencias sanitarias y de calidad. Cuatro hamburguesas de carne de cerdo mezclada con carne de ternera seis con noventa y seis. Cabeza de lomo de cerdo en cortes gruesos y deshuesado doce con veintitrés. Entrecot de ternera, pieza de doscientos cincuenta y tres con setenta y siete gramos, ocho con noventa y ocho. Magnifico cochinillo despellejado y envasado al vacío cuarenta con cuarenta y tres. Llega al frigorífico que guarda los chuletones de la oferta. Ha tenido antes como dos tentaciones que amenazaron con disparar el presupuesto, hasta que coge dos ejemplares, invadido por esa cierta sensación de triunfo que surge cuando se cumple un objetivo.

Antes de hacer cola en el cajero ha escogido en las estanterías de verduras dos tomates verdes a cero con cincuenta y dos, sin reparar en el amplio surtido que supermercados A-HUT oferta, en donde se pueden encontrar rarezas como alquequenjes o kiwanos, a cinco con noventa y tres y dos con doce el kilo. Es por tan solo cero con treinta y cuatro que tiene que descartar la botella de ZUMILLÁN, de modo que donde antes faltaba ahora sobra uno con cero tres. Sale entonces con premura, en dirección a su piso, imaginando como la carne se deshace en la boca potenciada por la salsa roquefort. Antes de adentrarse en el portal, se detiene en la panadería y compra una barra recién hecha a cero con noventa y nueve con la intención de mojar el plato una vez la carne repose en su estómago.

Tras guardar el chuletón que parece más pequeño en el congelador, prepara una sartén con un poquito de aceite para que no pegue. Mientras una de las dos caras del chuletón se abrasa, corta uno de los dos tomates y guarda el otro en la nevera. Calienta la salsa en una cazuela. Cambia la cara del chuletón y espolvorea un poco de ajo sobre el tomate. Saca el chuletón y lo pone junto al tomate para finalmente rociarlo con la grisácea salsa roquefort. Abre la botella de IZNATAGA y llena una copa, ceremonioso. Lo huele. Lo prueba. El vino está un poco picado, por lo que se lamenta de tener que disimularlo con una botella de gaseosa que guardaba para mejor ocasión. Corta el primer trozo. Los dientes rebotan contra la carne y la lengua protesta por un sabor de alpargata. Se caga en supermercados A-HUT, pero por no tener para más se acaba el chuletón, el tomate reblandecido y la botella de vino, con rostro constreñido.

 

… amor

Cuando despierte será primero de mes, el día de la paga y la visita a su madre, la cual finiquita sus días en una agradable residencia situada en las montañas. Le lleva los últimos números de las revistas RUMORES, TANIA y NOVA MADONNA, por seis con cero cero. En la residencia solo actualizan los periódicos de información general, cuyas fotografías en blanco y negro no avivan los ojos de los viejos; y sabe que su madre le agradece que le traiga labios en rojo chillón, vestidos de noche punteados por brillantes, parejas rotas y letras grandes. Sus ojos se humedecen siempre que la observa chuparse la yema de los dedos para pasar página, con lentitud, reposada, tranquila, como si las cosas no fueran con ella, mientras le pregunta qué está haciendo para cuidar de sí mismo. La despedida siempre viene acompañada de dos besos, un abrazo y las manos de ella arreglando el cuello de su chaqueta para que la garganta no quede expuesta al aire fresco, mientras le recomienda que coma muchas verduras y legumbres. Promete que la llamará. El autobús de vuelta sale en diez minutos, con un billete de veinticuatro horas por siete con noventa y cinco.

Durante el viaje lee las noticias de un periódico gratuito, de las que destacan la denuncia de un punto negro en el tráfico que arroja, en sus treinta con ochenta y tres accidentes anuales, un total de noventa y ocho muertos y más de doscientos heridos. También la historia de una mujer denominada J.K.L, encerrada en su propia casa, a expensas de los caprichos de un marido que gozaba de ella mediante torturas y dos hijos de mirada incestuosa que se masturbaban tras las puertas; obligada a mantener la casa sin una mota de polvo y toda la ropa permanentemente planchada y tibia. Al final pudo escapar y tras un juicio que dio validez absoluta a lo narrado, ahora se alzan voces contra su sinceridad y se habla de montaje. Antes de cerrar el periódico y bajar del autobús, puede leer la posibilidad de mantener contactos con amas de casa aburridas por una llamada a tan solo cero con ochenta y cinco el minuto.

Una vez en el sofá y con un café humeante sobre la mesilla investiga la página de contactos. Ellas esperan por tan solo cero con ochenta y tres. Colegialas en la sala de castigo a cero con setenta y siete. Empresarias sin tiempo para relaciones duraderas a cero ochenta y uno. Viudas jóvenes y no correspondidas a cero cincuenta y cinco. Limpiadoras que disfrutan en las oficinas a cero sesenta y nueve. Lee varias veces uno que reza mujeres reales, números de teléfono privado, contacto directo a cero con noventa y nueve. Llama a ese. Marca el número tres para identificarse como hombre, luego el cuatro para buscar mujeres y finalmente el número ocho para disfrutar de una grabación de diez segundos en la que le da tiempo a decir que es limpio, que busca compañía y una noche inolvidable. No tarda en escuchar la voz de una mujer que dice hola. Se llama Candela, treinta y ocho años, solita. Su marido está de viaje, sus hijos estudian en el extranjero, también busca compañía. Se alegra de la coincidencia. Ella pregunta donde vive. La respuesta no se hace esperar. Ella afirma que es más que seguro que hay un supermercado A-HUT cerca. Él confirma, con creciente ilusión en la posibilidad de un encuentro. Tras un rodeo en el que ella le pregunta que lleva puesto, él se decide a proponer un encuentro. Tras un rodeo en el que ella le explica que jabones utiliza para ducharse, él propone que la cafetería del supermercado sería un espacio ideal para conocerse. Después ella insinúa la posibilidad de ir sin bragas, y tras un rodeo en el que dice que ella pone la coca, él la conmina a verse dentro de una hora, con la voz condicionada por una erección. Suena un pitido cuando intenta darle su número de teléfono, por si no se reconocen. La llamada se ha cortado al cabo de una hora, veintitrés minutos, cincuenta y cuatro segundos.

Azorado se toma el café, ya frío. Después mira el reloj. Tiene cincuenta minutos. Cree necesario tomar una ducha. Allí se alivia, imaginando a Candela a partir de cuya voz emana un cabello moreno, de estatura mediana, pechos un tanto descolgados pero compensados por un ciento dos de talla, labios gruesos y extensos, rojos, un trasero para agarrar con las manos abiertas y lasciva, incontenible, sin concesiones, gimiendo desbocada, necesitada.

La cafetería de supermercados A-HUT forma parte del largo pasillo en el que pequeños comercios hacen frente a las cajas registradoras. Separa a JOYERÍAS MARTÍN de LLAVE-SPEED, y ofrece su barra de manera abierta, en la que tan solo te tienes que sentar y no pasar de largo. Una vez ocupado el taburete puedes pedir desde un sándwich de york-queso a ocho con cuarenta y ocho a una infusión de menta a uno con veinte. Con la comanda entre las manos puedes entonces mirar los movimientos de las camareras mientras atienden a otros o el trasiego de personas que salen de las cajas empujando sus carritos o a los que no han atravesado las líneas porque OPTICAS FLASH ocupa el local B-53 del pasillo. Ha llegado con veinte minutos de antelación. Pide un whisky con hielo a seis con cincuenta y a su azoramiento se le suma un torrente de desesperación. Ahora se da cuenta de que no han hablado de ninguna señal para reconocerse. Tan solo posee como criterio que sea una mujer y esté sola; y que parezca que espera a alguien. Nada de pañuelos turquesa o rosas en el bolsillo de la chaqueta. Al cabo de una hora y media no hay nadie que cumpla con el requisito. Todas las mujeres que han llegado estaban acompañadas, y si en algún momento había acontecido una que estuviera sola, había suficiente señales como para pensar que tomaba un café rápido antes o después de comprar algunas faltas que había en la despensa. Después del tercer whisky con hielo y la mirada de desconfianza de una camarera que no está acostumbrada a repetir rostros, decide marcharse, con esa amarga sonrisita que algunos dibujan cuando se dan cuenta de haber sido engañados. Un mensaje en su móvil le informa que CABLETEL premia con su inclusión en el sorteo de un romántico crucero para dos personas por el Mediterráneo a aquellos clientes que superan un consumo de doscientos treinta y cinco con noventa y nueve semanales. Si desea participar solo tiene que enviar un SMS con la palabra GANA a cero con cero nueve.

 

…odio

La segunda quincena se inicia con tan solo ochenta y siete con sesenta y siete en el bolsillo y mucha preocupación. Han salido muy caros sus devaneos con el teléfono. Hubiera sido más barato ir al bar a beber. Empezar con la cerveza y acabar con dos whiskys con cola para volver a casa solo con ganas de dormir. Con lo poco que tiene ahora la oferta más barata de supermercados A-HUT se ha encarecido de sobremanera. Ante esa perspectiva piensa cual es la comida básica más barata y el pan aparece de inmediato. Pan y agua del grifo, como un preso en la celda de castigo amenazado por un peso en descenso y la evidencia de un estomago que clama contra la comida insuficiente. Como forma de saber en qué punto exacto se encuentra, decide primero hacer inventario de lo que guarda y después dar un paseo por supermercados A-HUT, a ver que encuentra. La desesperación surge como síntesis de una lata de tomate triturado HIDALGO, tres latas de maíz dulce SOLEADOS y el chuletón de alpargata congelado.

Con la vista nublada por la angustia, a unos cien metros de supermercados A-HUT, choca contra un joven. Al levantar la vista se da cuenta de que el joven va acompañado por otros tres, los cuales se ríen mientras le rodean. Intenta levantarse pero es zancadilleado. Pide por favor que le dejen en paz. El joven contra el que ha chocado pisa su cara y restriega la suela de la zapatilla mientras le dice que es basura. Luego se marchan corriendo, cuando alguien desde lejos amenaza con llamar a la policía. No sabe identificar a quién le ha ayudado cuando se levanta, y la sensación que da la calle es que no ha ocurrido nada. Sin embargo, sus nervios alertan de la posibilidad de que vuelvan. Avanza con paso acelerado y cuando cree que se ha alejado lo suficiente se sienta en un banco para calmarse y limpiarse la cara, justo enfrente de un gran panel en el que ofrecen un revólver del calibre treinta y ocho con seis balas de regalo por tan solo cincuenta y nueve con noventa y nueve. La seguridad al alcance de todos gracias a A-GUN, la sección armamentística de A-HUT corp. Movido por la pronta idea de que si hubiera tenido el revólver no le hubieran chuleado, decide acercarse para testarlo. La tienda no queda muy lejos y los nervios le han hecho olvidar la posibilidad del hambre.

Atraviesa un largo pasillo cuyas estanterías ofrecen un recorrido de recortadas, escopetas de caza, kalashnikovs, M-16, cetmes y finalmente rifles de precisión que desembocan en el mostrador, iluminado por una luz verdosa que filtra precios que fluctúan entre los mil doscientos treinta y cuatro con noventa y cuatro hasta los diez mil cuatrocientos noventa y tres con sesenta y seis. No obstante, la realidad presupuestaria hace que no repare en ninguno de ellos, pese a que A-GUN cuenta con una seductora sección de segunda mano en la que puedes encontrar granadas por quinientos cuarenta y nueve o colts 45 a mil cero cero. Con voz afiebrada desea directamente la oferta, aunque su tono cambia cuando le preguntan si tiene licencia. Al decir que no le ofrecen la gestión de la misma por tan solo diez con noventa y nueve. Pregunta si eso le permitirá disponer del arma de inmediato. Esto solo es posible siempre y cuando firme un seguro por doce con ochenta y tres mensuales. Da con voz excitada su nombre, su dirección, su número de teléfono, su estado civil y edad. Después firma una declaración en la que se afirma que es plenamente señor de sus facultades mentales y que no tiene delitos penales. Finalmente le preguntan si desea salir con el arma cargada o prefiere hacerlo él mismo en su propia casa. Responde lo primero y deja los tres con ochenta y seis que le restan de propina.

Sale de la tienda con el deseo de encontrarse con los jóvenes de nuevo, de apuntarles, de hacer que se arrodillen, de sermonearles y humillarles. Con el revólver en el bolsillo de la chaqueta la sensación de rabia se ha acrecentado, potenciada por la descubierta sensación de poder ante la posibilidad de obligar a alguien a hacer lo que le ordene. Los dedos palpan el arma en un afán por descubrir todos sus recovecos. El gatillo es la parte a la que más tiempo dedica, siempre un poco temeroso de apretarlo demasiado. Una vez llega al punto en que fue pisoteado, mira de un lado para otro. Recuerda que los jóvenes huyeron hacia una zona de bloques de pisos, grisáceos y verticales, a su izquierda. Se dirige hacia allí. Por primera vez en mucho tiempo, se atreve a sostener la mirada de los otros, bajo el amparo del revólver, que refuerza el posible desafío. No obstante, solo le interesa encontrar a los jóvenes, por lo que las miradas que cruza pasan rápidamente, sin tiempo para formalizar el reto, marcando el compás de sus pasos.

Justo cuando el estómago empieza a protestar, más por sed que por hambre, cree divisarlos apostados en una esquina. Los nervios le empujan hacia ellos con determinación; aunque sin perder la prudencia, ya que se acerca sigiloso, procurando no entrar en su línea de visión. Cuando cree que está a una distancia en la que puede amenazar sin sentirse amenazado, les grita que no se muevan mientras les apunta. Pero esto produce el efecto contrario, ya que los jóvenes salen corriendo, insultando y amenazando. Realiza dos disparos. Falla. Quedan cuatro balas. Le extraña haber fallado en una distancia tan corta y tiene la impresión de que no ha habido impacto en ningún sitio. Contrariado apunta a una papelera que tiene dibujado a un hombre en forma de “i” tirando un punto negro en una cesta. Dispara dos veces. Quedan dos balas. La papelera no salta por los aires. Se escuchan sirenas, aún lejanas. Cagándose en la puta madre de A-GUN, decide ir a reclamar. No ha podido matar a nadie por ochenta y siete con sesenta y siete. Como modo de confirmar definitivamente la estafa realiza un disparo a bocajarro sobre el hombre con forma de “i”. Queda una bala. Las sirenas se acercan. El mundo tiembla a sus pies. Su cerebro hierve. Al cabo escucha a su espalda que se detenga, tire el arma, se arrodille y ponga las manos en la cabeza. Al darse la vuelta no tira el revólver, sino que lo posa en la sien, con la esperanza de que la bala que queda sea la única que no presente defecto.