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El placer de desempaquetar

abril 13, 2018

Siempre recuerda la frustración que sintió cuando intentó abrir una bolsa de patatas fritas que compró por el capricho visual de sentir el almidón y la sal en el paladar. Aunque el fabricante prometía una apertura fácil para disfrutar cuanto antes de la explosión de sabor, se rompió una uña antes de que la bolsa explotara. Apenas pudo salvar unas cuantas unidades, pues la mayor parte cayó en el fregadero que precisamente en ese mismo momento estaba lleno de agua y jabón para desengrasar la sartén en la que había frito unos huevos aquella mañana. Frustración por la promesa de la bolsa y la realidad del fregadero en el que flotaban las ya no sabrosas lonchas. Invertir en sabor no arrojó beneficios.

Desde aquel momento decidió testar por sí mismo aquellos embalajes que se abrían con facilidad, sin creer las leyendas que lo adornaban. Sin embargo, el desencanto no tardó en aparecer cuando la bolsa que mejor se abría, sin esfuerzos, casi sola, pues tan solo había que tirar de una rudimentaria cuerda, no arrojaba el sabor artesano, con foto de abuela incluida, prometido. Ahora era una cuestión de contenidos. O las patatas artesanas carecían de sabor o el fabricante mentía y no eran patatas artesanas, sino desaladas. Para saberlo decidió comprar diversas marcas prometiendo artesanía y la diferencia en el paladeo de la sal con respecto a la primera bolsa era significativa. Esto provocó confusión y finalmente de nuevo frustración. ¿Por qué la bolsa más placentera de abrir no era la que mejor sabor ofrecía?

Urgido de respuestas decidió personarse en la dirección de la empresa para advertirles de la contradicción. Pensaba decirles que no podían ser los mejores en el desempaquetado y después decepcionar con el sabor. También le decepcionó no encontrarse con una gran fábrica con cresta de gallo, pues se encontró con una pequeña nave que daba más impresión a venta al por menor que a gran producción. Llamó al timbre. La abuela de la bolsa le abrió la puerta. No pudo esperar y la atacó. No puede ser, no puede ser… La abuela en lugar de dar un paso atrás y pedir disculpas, decidió dar una explicación. Esto es artesanía pobre. Las freímos con el aceite de girasol más barato, en sartenes de latón y ahorrándonos la sal. Artesanía de familias pobres que antiguamente no podían gastar en sal, ni en aceite, al menos diariamente. Las desaborías patatas fritas de los domingos. No busque sabor en nuestros productos. A lo sumo ofrecemos el auténtico sabor de la pobreza. Pero no se reprima y sienta la libertad de echar usted mismo la sal, usted puede pagarla. La abuela guiñó el ojo y cerró la puerta.

Reconfortado decidió seguir el consejo de la abuela y preocuparse por la sal con la que aderezar aquellas patatas de artesanía pobre. Decidió seguir invirtiendo en libertad y decidió combinar la sal tibetana con el pimiento molido, picante, edulcorado, mayonesa, pasta de guacamole… Hasta que le diagnosticaron tensión alta y colesterol, y le prohibieron todo los aderezos posibles para las patatas. Conmocionado por el riesgo de una muerte imprevista, decidió invertir en salud y reservar las patatas para los domingos, solo para conservar el placer de desempaquetar, pero respetando el desaborío gusto de la pobreza. Hay que confesar que a veces no puede esperar al domingo y ha comprado la bolsa de patatas en, digamos, un jueves, pero como perdón a la indisciplina hay que decir que después de abrirla ha tirado las patatas a la basura. Al fin y al cabo, puede pagarlo, sin costes en los niveles de colesterol, los cuales, es más, se han reducido.