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La otra dimensión

febrero 17, 2020

Abre el paquete con satisfacción. Es el último modelo. Fresquito. Vanguardista. Elegante. Con clase. Negro como las etiquetas. Sofisticado. Hay un cierto temor a tocarlo y que se rompa. Lo coge con mimo. Aprieta el botón de encendido. Las primeras letras se dibujan luminosas, trazadas por unos vectores que van a la velocidad justa para resultar sensuales y anunciar la marca para inmediatamente después ofrecer espacios vacíos que debe llenar con sus datos. Realizado el trámite, aparece como colofón un “bienvenidos a la otra dimensión” que abre el espacio para enviar los primeros mensajes. ¡Ya lo tengo!

Se hace las primeras fotos y no duda en aplicar el efecto rejuvenecimiento, el efecto ajuste de la figura; ambos condensados en el efecto idealización. Pronto un mensaje le llega recomendándole retoques en la frente, los pómulos y las pantorrillas para que el efecto idealización pueda considerarse completado. Inmediatamente después recibe otro mensaje para que valore su grado de satisfacción con los resultados, recomendándole que repita el proceso si no se han alcanzado los objetivos deseados. Da cinco estrellas. Ha conseguido un aspecto angelical, la idea platónica de sí mismo, donde aúna belleza, sexualidad y mirada inteligente, segura de sí misma, seductora. La cuelga y espera los primeros me gusta.

La superficie es lo que cuenta. Debe alisar con un lapicito las arruguillas que le han salido en las comisuras de los párpados. Se enfrenta a una foto de gran cercanía a una resolución que permite ver el pelillo que se esconde en el poro que pronto se infectará. El efecto idealización aun no identifica según qué defectos y hay que eliminarlos a mano. Bajar al detalle para volverlo todo general. La sonrisa perfecta. La mirada más atractiva, misteriosa, sensual. El traje a medida de copia y pega que le añade mayor sofisticación a su perfil de cuarenta años. Puede añadir música para finalizar el proceso. Me gusta.

Ha notado que desde hace unos días el efecto ajuste de la figura en lugar de quitarle kilos se los añade hasta alcanzar las proporciones deseadas. Músculo. Pero no exagerado. Músculo para una camiseta apretada y unas bermudas floreadas en un fondo tropical. Margaritas en la mano. No entiende que el efecto idealización no haya identificado las estrías de los labios en la foto con el sombrero de paja. Le molesta tener que hacer las correcciones a mano, pero se consuela pensando que si llueven los me gusta habrá merecido la pena.

Suena el aviso de que la batería se está terminando y no le da tiempo a retocar las costillas que parecían querer salirse de la piel. Se pregunta si el efecto idealización se habrá estropeado pues le cuesta identificar lo que para él son evidentes defectos. Mientras la batería recarga decide darse una ducha y se pregunta cuándo a las fotografías se le podrán añadir perfumes que eliminen las transpiraciones del cuerpo. Se consuela al pensar que al menos aun no captan el aroma a orina y a mierda que percibe cuando abre la puerta del baño.

Se mira al espejo. Nada que el efecto idealización no pueda retocar. Eso sí, con mucho trabajo a mano, pues la imagen refleja a un ser mellado, de pómulos como bolas de billar que parecen presionar la piel tiñosa hacia afuera, de ojos hambrientos. Las mechas de pelo que delimitan las abundantes calvas, esparcidas por el cráneo, no es algo difícil de rellenar con simples corta y pega. Se siente optimista y se decide a comer algo una vez se haya secado. No está seguro si el ronroneo del estómago le lleva acompañando mucho tiempo. La nevera está vacía, pero el pitido de que la batería esta al cien por cien de su capacidad le lanza a la pantalla. Tiene trabajo que hacer con esas calvas.

Se decepciona cuando la pantalla se apaga. Cree no haber oído el pitido que avisaba de que andaba corto de energía. Se escucha respirar. Un piulido ronco, ahogado, que ahora sabe que no pertenecía al lapicito para alisar superficies. Con gran esfuerzo intenta incorporarse. No puede. Mira a su alrededor para encontrar algo con lo que apoyarse. Pero el afuera se ha emborronado y es incapaz de identificar los objetos, siquiera los más cercanos. Le decepciona no haber podido retocar los ojos desencajados en la foto con gorra de capitán de barco. Está seguro de que hubiera provocado una orgía de me gusta. Intenta incorporarse una vez más. Después deja caer la cabeza, rendido. Ahora solo puede escucharse respirar. Se pregunta por cuanto tiempo.