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La evidencia

febrero 18, 2021

Lo que no le gusta del café es que le hace mear más frecuentemente, al menos durante las dos primeras horas después de haber tomado las dos tazas de torrefacto habituales. Después parece que el cuerpo vuelve a los biorritmos habituales. No obstante, es un precio que paga gustosamente a cambio de la inyección de cafeína que le permite limpiar la vajilla de la cena más rápido, leer los digitales más concentrado y guardar que ningún cuerpo le roce más de lo necesario en el tranvía.

Lo que le molesta es que a veces la ineludible necesidad de orinar surge cuando más interesante se está poniendo una serie, final de la temporada tres, justo cuando un cuchillo parece que va a terminar en un corazón. Pero bueno, puede apretar el botón de pausa y diferir el desenlace. Después de tirar de la cadena escucha con atención el análisis de la orina que automáticamente realiza un sensor ubicado en la taza del wáter. Agua. Un poco más de azúcar del habitual, nada serio. Probabilidad de padecer un infarto menor al uno por ciento. Probabilidad de padecer un ictus menor al uno por ciento. Probabilidad de padecer un cáncer menor al uno por ciento. Se siente sano.

Lo que le disgusta de estar sano es que la dieta, rica en fibras, vitaminas y ensalada mediterránea le obliga a sentarse en la taza como cuatro o cinco veces al día. La comida del mediodía es la más crítica, pues es la que desencadena en poco espacio de tiempo dos o tres evacuaciones. El día que come garbanzos es quizás el día más crítico. Lo que le desagrada es la aparición de la necesidad, pues cuando ya está haciendo de vientre siente cierto placer, sobre todo cuando tira de la cadena y esa voz femenina, neutra pero al mismo tiempo cálida, que emana confianza, arroja los resultados del análisis fecal. Agua. Niveles de azúcar óptimos. Probabilidad de padecer un infarto menos que cero. Probabilidad de padecer un ictus menos que cero. Probabilidad de padecer un cáncer menos que cero. Probabilidad de convertirse en zombi diez por ciento.

Cree que el apartado final del informe lo ha puesto su imaginación, pero ante la extrañeza y con deseos de confirmar el error, pide a la voz que repita la retahíla… Probabilidad de convertirse en un zombi cincuenta por ciento. No, no ha sido su imaginación alimentada por la serie que había pausado antes de ir al baño en la que una horda se dirigía a un colegio de primaria. Busca el número de atención al cliente. Duda entre marcar la opción dos de nuevas actualizaciones o la opción cuatro de otros y contacto directo con el servicio técnico. Musiquita tibia que invita a la paciencia. Después expone el problema. El técnico no tiene constancia de que el análisis aporte información en lo relativo a la zombificación y no puede aventurar hipótesis alguna, por lo que propone realizar una visita en las próximas dos horas y tratar así in situ el problema. Antes de colgar el técnico le sugiere que orine para así comprobar si el error se produce también cuando se analiza la orina. Gracias.

Cuando suena el timbre y abre la puerta ya tiene preparada en la boca la frase que informa que con la orina no hay mención zombi alguna, lo que cabe inferir que solo se da información con los materiales fecales. El técnico lo mira simulando sorpresa y apostilla con un “interesante” mientras con la mano le pide que le muestre donde está el inodoro. Siente que el técnico no le cree y empieza a sentirse molesto. El técnico se acerca a la parte inferior de la taza y saca un chip. Después lo conecta a su ordenador y espera el análisis. El técnico le mira con ojos de rutina y lamenta decirle que no encuentra falla alguna en el sistema, por lo que sería bueno que si siente necesidad de hacer aguas mayores no dude y así podrá comprobar que no miente. La indignación rasca la medula espinal después de escuchar al técnico pero se contiene y le dice que de momento no siente necesidad de defecar. Al técnico se le ocurre que él podría intentarlo si no le molesta. Para defenderse le da permiso. Agua. Diabetes tipo dos. Probabilidad de padecer un infarto treinta y cinco por ciento. Probabilidad de padecer un ictus quince por ciento. Probabilidad de padecer un cáncer siete por ciento.

El técnico le advierte con frialdad profesional que todo apunta a que está mintiendo y que solo desea llamar la atención; por lo que el único motivo que le retiene es descartar que la probabilidad de zombificación solo aparece con su mierda, de modo que si en los próximos diez minutos cree posible que puede cagar, está dispuesto a esperar, de lo contrario prefiere no perder el tiempo y dejarlo a solas con su miserable vida. Una ola de rabia se concentra en su estómago y le descompone. Lo único que le da tiempo es bajarse los pantalones y saltar a la taza para aliviarse. Agua. Tic. Niveles de azúcar inexistentes. Tac. Los muertos no padecen infartos. Tic. Los muertos no sufren ictus. Tac. Los muertos no desarrollan metástasis. Tic. Evidencia zombi. Tac.

El técnico le mira horrorizado. La ira que siente al demostrarse que no había mentido se expresa en un perentorio impulso de morder la garganta del técnico. La rabia de saberse poseedor de la verdad le abre el apetito de saborear la dulce sangre del diabético. Así, cuando sus dientes desgarran los primeros pedazos de carne y los mastica siente un inconmensurable placer. Sin embargo, la decepción aparece cuando el técnico deja de convulsionarse y gritar. Desea más carne viva y sus ojos apuntan hacia la puerta.